viernes, 1 de diciembre de 2017

"JA JA"

Hola seguidores de la fauna felina. Después de tanto tiempo aquí vuelvo para seguir dando vida al blog que empecé hace unos años.

Tenéis que disculparme, ser un gato tiene sus cosas y por norma general somos bastante veletas. Así que, como excepción humanos, os pienso recompensar con esta entrada.

Como algunos sabéis, siempre me he sentido inmerso en las historias de Stephen King desde que era bastante pequeño, para vosotros la preadolescencia, edad en la que necesitaba estímulos diferentes. Entonces mi madre me recomendó algunos libros, entre ellos al maravilloso señor King a quien debo mi mente perversa (solo un poco). Este relato es en su agradecimiento, intentando imitar su estilo rudo en el empleo del lenguaje, y esa facilidad (y familiaridad) del pensamiento de sus personajes en situaciones poco convencionales.

El miedo es sin duda una emoción difícil de recrear en la literatura puesto que esta emoción se basa en un peligro que advertimos de forma consciente e inconsciente a través de los sentidos que nos llevan a ese estado de alerta y a las consiguientes reacciones de nuestro cuerpo para sobrevivir.


En la literatura sin embargo, todo esta en nuestra imaginación y es preciso que el autor describa bien los detalles que hagan que ese estado de alerta este presente, nos sumerja en la trama y nos cree inquietud. Mucha gente encuentra placer en ello, y yo, como gato que soy, no voy a ser menos aunque el peligro para nosotros sea diferente.

Si os interesa el tema, el miedo es un género narrativo que tuvo su boom en el siglo XIX con el romanticismo, con autores destacados como Edgar Allan Poe, Howard Phillips Lovecraft, e incluso Gustavo Adolfo Béquer con su "Monte de las ánimas" leyenda que ya menciono en mi perfil.

Pues bien, vamos a ello, espero poder despertar intriga y algún tipo de incomodidad mientras lo leáis... 


De pronto abrió los ojos. Costaba adaptarse a la oscuridad que le envolvía pero le dio tiempo a percibir la sombra de aquello que le había mordido; era una rata. Si agudizaba el oído podía escuchar el sonido de sus asquerosas patas correteando por los alrededores. "¿Dónde estoy?" pensó. Estaba tirado en el suelo, en lo que parecía una esterilla. Alguien le había tapado con una manta vieja y dejado al lado un vaso de agua y algo de comida. El olor había atraído a aquella rata hambrienta que en último minuto optó por la carne fresca. Se limpió con la manga de la sudadera y vió que estaba sangrando. "¡Maldita!" gruñó mientras se incorporaba.

 Un fuerte dolor de cabeza le hizo marearse por unos instantes. Cerró los ojos y al abrirlos de nuevo miró a su alrededor; parecía el trastero de alguna casa. En él había una bicicleta que por su estado tenía toda la pinta de no haber sido usada en mucho tiempo: las ruedas estaban deshinchadas, su goma suelta y estaba seguro de que los radios estarían oxidados; a esa distancia y con tan poca luz era imposible saberlo. Había una estantería enorme cargada con lo que parecía una caja de herramientas y varios botes que, por el olor que desprendían, debían de ser pintura. Una pila de cajas estaba amontonada a su lado, algunas de ellas abiertas donde se podían ver algunos libros, una pelota desinflada, una consola completamente nueva, y lo que parecían los restos de una jaula de roedores.   

"¿Cómo he llegado aquí?, recuerdo que estaba en mi camión descargando un par de cajas cuando... ¿cuándo qué?.. había perdido noción del tiempo. Una voz me habló, si, eso lo recuerdo, me dijo que entrara a tomar un vaso de agua... parecía amable...y recuerdo ese raro olor..." Se sobresaltó al escuchar de nuevo a la rata pasando junto a el. "Ya me había olvidado de ella", se dijo, "no se dónde me encuentro ni cómo he llegado aquí pero voy a levantarme y salir a ver si alguien puede darme explicaciones".

Al levantarse se tambaleó un poco; la cabeza aún le daba vueltas y tuvo que apoyarse en la pared para poder sostenerse. Pasados unos minutos por fin pudo dar el primer paso cuando notó un dolor punzante en el tobillo. Al retroceder la pierna se calmó el dolor y se volvió pensando en asestar una patada a la rata. Pero lo que vio estaba lejos de ser una rata... parecía un collar de castigo para perros, solo que las púas eran mucho más finas y más puntiagudas. Siguió con la mirada la cadena sintiendo como se formaba un peso en el estómago y una enorme sensación de angustia, hasta que el horrible presentimiento que fue apareciendo en su cabeza tomó forma: estaba encadenado a la pared. Eso le aclaró las ideas: "alguien me ha drogado; ese olor era droga, probablemente éter; me drogó y me invitó a venir aquí, he sido yo mismo quien ha entrado." Volvió a mirar su alrededor intentando captar más detalles y su angustia creció: Había una mesa a unos 5 metros de él, al fondo del trastero y alejado de la puerta de entrada. Sobre ella había un trapo sucio y algún tipo de producto de limpieza. A su lado había una lámpara, parecida a la que usan los dentistas, y pegado a la pared había una mesita con un paño tapando algo. Pero lo que más le ponía nervioso era que ese rincón estaba rodeado de espejos, incluso en el techo.

Sin perder un segundo más se agachó rápidamente a intentar desengancharse de la pared. Volvió a sentir esa punzada en el tobillo y recordó las púas que se hendían en su piel; ésta se apretaba cuando se movía.  La cadena estaba puesta de tal forma que era imposible sacar el tobillo por  ella sin hacerse un verdadero destrozo en el pie; "estoy seguro que si lo intento me cortaré las venas y perderé mucha sangre; tengo que buscar otra forma", reflexionó, "tal vez pueda conseguir liberarme de la pared". Entonces se fijó en el grosor de la cadena y pensando que podía conseguirlo, comenzó a forcejear para hacer ceder el gancho que lo unía a la pared, teniendo cuidado de no clavarse más la cadena del tobillo.

Tras grandes esfuerzos la cadena cedió un poco, lo cual le infundó esperanzas y volvió a tirar más fuerte. Mientras tiraba su vista se posó en un trozo de hierro grande que bien podía hacer de palanca. Se agachó y se estiró todo lo que pudo para recoger aquel metal hasta el punto de volver a clavarse las púas en el tobillo, pero no desistió hasta que al final pudo conseguirla.  La aferró bien entre sus manos y colocó la parte más fina del hierro en el espacio que había cedido de la cadena; al tirar, la cadena por fin dio de sí lo suficiente como para poder quitar el anclaje que lo ataba a la pared.

Recogiendo la cadena sin hacer ruido y pensando que lo más difícil había pasado pues en caso de un enfrentamiento él era un hombre muy fornido, iba tramando una forma para escapar sin ser visto ni oído mientras que unos ojos le observaban divertidos desde un pequeño hueco en la pared.

Con la cadena al hombro izquierdo y en su mano derecha el trozo de metal que le había servido para liberarse agarrada como arma, el ingenuo repartidor avanzó, rígido y preparado para defenderse a la mínima, hasta la puerta, acercándose a ella para intentar escuchar algún sonido a través de ella.

Acercó su mano al pomo y empezó a girar levemente la mano. ¡Estaba abierta! No podía creer en su suerte, y sin embargo, era demasiado sencillo. Decidió ignorar la fría lógica que le advertía que aquello no era normal y se esperanzó en que podría llegar a salir de aquella casa y denunciar a la policía. A veces hay que hacer caso a nuestra intuición primitiva, por algo no la hemos perdido. De haberlo hecho, tal vez alguna esperanza hubiera tenido.

Abrió la puerta intentando no hacerla chirriar demasiado y vio que a su derecha se extendía un pasillo que probablemente fuera hacia la puerta de entrada. El pasillo era lúgubre, uno podía imaginarse que la casa estaba dejada, o tal vez abandonada, y no había cuadros ni fotografías, sólo espejos, algo que ponía los pelos de punta al repartidor.

Sin pensarlo buscó el interruptor pero se paró en seco. ¿En qué coño estaba pensando? ¿Encender la luz para que se den cuenta de que escapó y perder toda posibilidad de huir a hurtadillas? “Cojonudo tío, ya te decía tu madre que no eras muy listo.”

Avanzó casi a tientas por la falta de luz, la poca que entraba se filtraba por una ventana sucia y opaca situada al final. Cada dos por tres se sobresaltaba al percibir movimiento a su alrededor, pero sólo era su reflejo en aquella cantidad inusual de espejos. Cuando esto sucedía, pasaban unos segundos interminables hasta que su corazón bajaba de nuevo el ritmo de pulsaciones.

Casi llegando a la esquina alzó el trozo de metal por si se encontraba cara a cara con su secuestrador. Asomó la cabeza un poco y pudo comprobar que estaba vacío. Justo enfrente estaba la puerta de salida. De pronto miró hacia atrás y se quedó en silencio… Juraría haber escuchado algo… Serían imaginaciones suyas, no parecía haber nadie, y andaba un poco susceptible, no solo por la situación en sí, que ya era bastante aterradora, sino por la mierda de los espejos. Así que sin pensárselo dos veces, en un rápido movimiento se acercó a la puerta; había algo colgado en la puerta pero hizo caso omiso, sólo le importaba salir de allí cuanto antes. Ansioso tomó el pomo y apartó rápidamente la mano. Estaba cerrada y además le había dado chispazo. Volvió a tocar el pomo, esta vez con más cuidado y volvió a darle la descarga. Alzó los ojos y esta vez sí se fijó en lo que había colgado en la puerta: era un cartel y en él había escrito, en letras rojas y grandes “JA JA”.





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